viernes, 10 de julio de 2015

Obras de arte robadas

Tesoros perdidos de los nazis

Cuando cayó Alemania, sus líderes fascistas trataron de ocultar 7.5 mil millones de dólares en oro e invaluables obras de arte robadas. Nunca se recuperó la mayor parte del botín, aunque, sorprendentemente, una parte fue hallada en 1990, en un pequeño pueblo de Texas.

El 3 de febrero de 1945, 950 aviones soltaron 2.265 toneladas de explosivos sobre Berlín, capital de Alemania Nazi. Los edificios de gobierno, incluyendo el cuartel general de Hitler, fueron derribados o severamente dañados.
El principal banco nazi, el monumental Reischsbank, concentraba la mayor parte de las reservas de oro de la Alemania nazi. A su presidente, el Dr. Walther Funk le bastó con ver las llamas y escombros. Decidió enviar a sus funcionarios a otros pueblos para administrar desde allí el banco y ordenó ocultar oro y reservas monetarias en una mina de potasio ubicada a 300 km al suroeste de Berlín. La aislada mina Kaiseroda, a 50 km del poblado más cercano, ofrecía un escondite a 800 m de profundidad. Sus 50 km de túneles contaban con cinco entradas.





El 7 de abril, oficiales de EUA, localizaron la mina y descendieron 700 metros a una cueva excavada en roca salina y encontraron mil millones de marcos en 550 bolsas. Luego de dinamitar la puerta de acero del cuarto 8, descubrieron unas 7.000 bolsas numeradas en un recinto de 50 m de largo, 25 de ancho y 4 de alto. El tesoro incluía 8.527 lingotes de oro, monedas de oro francesas, suizas y de EUA y billetes. Placas de oro y plata, aplanadas para facilitar su almacenaje, estaban guardadas en cajas y cofres. Había maletas con diamantes, perlas y otras piedras preciosas robadas a las víctimas de los campos de concentración, junto con sacos de coronas dentales de oro.
Pero eso no era todo. En la madeja de túneles excavados en la roca suave, los investigadores encontraron 400 toneladas de arte, incluyendo pinturas de 15 museos alemanes e importantes libros de la colección Goethe de Weimar.
La colección encontrada incluía obras de Renoir, Tiziano, Rafael, Rembrandt, Durero, Van Dyck y Manet. Pero incluso estas obras maestras fueron superadas por la única obra en posesión de Alemania, el famoso busto de 3.000 años de la hermosa reina egipcia Nefertiti. Muchos tesoros más fueron hallados en otras minas cercanas.
No sólo los alemanes aprovecharon las oportunidades brindadas por la dispersión de oro, dinero y arte. El General Patton se horrorizó ante la agilidad de manos de muchos soldados estadounidenses. Se sabe de unos 300 casos de valiosas obras de arte que llegaron ilegalmente a los EUA. Los culpables fueron enjuiciados por hurtar propiedad robada y fueron encarcelados o fueron degradados de forma humillante.
Luego en 1990, el mundo se conmovió al saber que tesoros artísticos alemanes, incluyendo algunas importantísimas e invaluables obras de arte medieval, estaban en venta: las ofrecían los herederos de un desconocido veterano que vivía en una pequeña granja en Texas.
También se conoce el caso de Joe T. Meador, un almacenero y floricultor aficionado, que hasta su muerte, en 1980, mantuvo en su poder, envuelto en una frazada, un invaluable manuscrito del siglo IX de los cuatro evangelios. Encuadernado en oro y plata, el manuscrito de 1.100 años provenía de una iglesia alemana. Fue vendido en Suiza, en tres millones de dólares, por concepto de “honorarios por hallazgo”. Otros lo consideraron “rescate”.
Pero la colección de Meador también incluía un manuscrito de 1513 con ornamentos de oro y plata y un relicario decorado con oro, plata y gemas. Otros relicarios tenían forma de corazón o de plato, pero el más valioso era un frasco de cristal de roca con la forma de la cabeza de un obispo, que se pensaba contenía un rizo de la Virgen María. También había crucifijos de oro y plata, un peine del siglo XII de Enrique I y otros objetos de gran significado histórico y religioso.
Es probable que Meador, entonces teniente del ejército, enviara los objetos a Estados Unidos, llevando a cabo uno de los robos de arte más grandes del siglo XX. Meador era un maestro de arte frustrado, obligado por circunstancias personales a trabajar en la tienda de su familia. En una ocasión confesó que se sentía dividido entre el sentimiento de culpa y el disfrute de la belleza de su colección.
A la muerte de Meador, sus herederos ofrecieron al mercado los objetos y las agencias impositivas y penales de EUA iniciaron una investigación. Luego de meses de maniobras legales, los herederos acordaron ceder la colección a cambio de 2.75 millones de dólares, un millón que el anticipo que recibieron por el manuscrito de los evangelios.


Habitación perdida

Aún se desconoce el destino de la notable “habitación ámbar de los zares”, una habitación entera hecha de ámbar labrado. Originalmente propiedad del rey Federico Guillermo I de Prusia, la regaló en 1716 a su aliado ruso, el zar Pedro El Grande. Impresionado con el “inexpresable encanto” de sus lujosos muebles, Pedro instaló este generoso obsequio en un palacio en las afueras de su capital, San Petersburgo, agrandándolo al tamaño de un salón de banquetes y añadiendo 24 espejos y piso de madreperla. Dos siglos después, durante la invasión a Rusia en la Segunda Guerra Mundial, los alemanes reclamaron el regalo y lo llevaron a reconstruir al castillo de Königsberg. Se mostró al público por un tiempo, pero se guardó en el sótano del castillo antes de que el poblado fuera destruido por las bombas inglesas en 1944.
No se encontraron señas del tesoro en el sótano bombardeado. Se rumoró que los nazis lo sacaron en un barco que fue hundido por un submarino soviético. Un testimonio de 1959 parecía indicar que la habitación ámbar estaba oculta en una mina de sal. Cuando los investigadores se acercaron al supuesto escondite, ocurrió una explosión misteriosa, inundando la mina e imposibilitando el rescate.

Fragmentos de:

Secretos y misterios de la Historia, Reader’s Digest, 1995