sábado, 10 de septiembre de 2011

La figura del artista

La muerte del artista


La historia de las civilizaciones no registra muchos momentos en los que la figura del autor de un texto –literario, musical, visual-  haya sido privilegiada como luego del final de la Edad Media primero, y fundamentalmente a partir del siglo XIX, con el desarrollo del Romanticismo y la Teoría del genio. En 1968 Roland Barthes (1968 [1999]) aseguraba que en ese mismo movimiento crecía la crítica y la figura del crítico, que en su búsqueda de descifrar el texto asumía como tarea la de explicar a su autor. Estas palabras aparecen sin embargo en un artículo titulado “La muerte del autor”, en el que Barthes explora los cuestionamientos a esa figura en escrituras modernas como las de Mallarmé, Proust, los surrealistas y -en el terreno analítico- en los desarrollos de la lingüística y la semiótica respecto del problema de la enunciación como un proceso impersonal  y discursivo, que no implica la referencia a las personas empíricas de sus interlocutores.
La muerte proclamada por Barthes es la del autor como creador original y sujeto pleno, en pos de la concepción de la obra artística como un texto estructurado por una variedad de “escrituras” que se combinan y superponen y de las que el autor no es padre -es decir no las precede-, más bien nace con ellas. En ese camino se entiende también la muerte del  crítico, cuya tarea de circunscribir un sentido en la obra -“el mensaje del Autor-Dios” en palabras de Barthes-  cae desmantelada (1968 [1999]: 69).
A pesar de que en los años sesenta diversas voces decretan la muerte del autor/artista en general y para cada una de las artes, el escenario privilegiado de la comunicación mediática contemporánea en su discurso crítico e informativo, no ha dejado de proporcionarle un lugar central -tanto o más importante que a su producción-­ paradojalmente cuando en el caso de las artes visuales las vanguardias históricas en general y entre ellas el dadaísmo de Marcel Duchamp, abrieron el camino a un arte de obras efímeras primero e inmateriales después, lo que fue definido por el crítico Harold Rosemberg como una época “de artistas sin arte”[i]. Esto no implica sin embargo que las marcas de su figuración[ii] tanto en la propia obra como en su vida metadiscursiva mantengan las características del genio creador que constituyeron a sus vidas “creativas” en verosímil de vidas bien vividas.
Luego de realizar una sintética caracterización de la vida del artista plástico anterior al anuncio de su muerte, este trabajo se sitúa en la década del sesenta, en torno a un conjunto de prácticas de vanguardia inscriptas en el denominado neodadaísmo, para analizar ese proceso en el que se decreta no solamente la muerte del artista sino la del propio lenguaje pictórico y del arte en general. Ese análisis propone dos entradas: una, la de los recursos polifónicos aparecidos como marcas del artista en su propia obra, que debe partir de las nuevas configuraciones materiales que ella plantea; la otra, las redefiniciones de su lugar en la vida metadiscursiva tanto interna como externa, esto es, desde los manifiestos y los textos que acompañan al discurso artístico en el momento de su emergencia como aquellos que resultan de su lectura. Para terminar con un comentario acerca de la vida del artista después de decretarse su muerte o, mejor dicho, ya cerca de nuestra  actualidad.
El anuncio de la muerte del arte y de su autor cuando -luego de sesenta años de vanguardias artísticas- se han cuestionado todos los lugares pragmáticos del intercambio discursivo -es decir, de la obra, que en palabras de Oscar Massotta entra en un proceso de desmaterialización, del artista en tanto productor manual y creador,  y del receptor o destinatario de una obra que ha abandonado su condición material- se enmarca en un proceso de gestación de cambios en la definición del arte y sus fronteras, que reclama la pregunta acerca de qué es el arte. En este marco, el análisis de la figura de artista exige tener en cuenta esos complejos procedimientos de cruzamiento de géneros, lenguajes y soportes que caracterizan la vida del arte y los medios en la actualidad; es decir, no es posible analizar esa figura si no es en los términos de la enunciación pensada como un proceso de constitución de una situación comunicacional que comporta la pregunta sobre sus rasgos textuales (a partir de sus determinaciones materiales), y también sobre sus aspectos metadiscursivos en esa doble vertiente por la cual el primer metadiscurso está en el texto mismo –en palabras de Christian Metz, el texto “comenta o reflexiona, según los casos, su propio enunciado” (Metz, 1990), por un lado; y luego, en todos aquellos discursos que, de diversas maneras, aluden a él y a la figura de su productor.


Daniela Koldobsky


La figura de artista cuando se anuncia su muerte, 2003


[i] Tomo ambos conceptos de la presentación del número de la revista Communications dedicada a La creación (Schaeffer y Flahault 1996): el segundo es a su vez citado por ellos de La Dé-définition de l’ art.
[ii] El concepto de figuración, desarrollado por Oscar Traversa (1997), alude tanto al proceso discursivo de constitución de esa figura como a su resultado. 

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