domingo, 11 de diciembre de 2011

Ambrogio Lorenzetti, Alegoría del Buen Gobierno





Ambrogio Lorenzetti, 1290-1348, principios del Renacimiento, escuela sienesa, italiano, Alegoría del Buen Gobierno, 1338-1339, fresco, Palazzo Publico, Siena

La vista de todo el pueblo del artista y de sus alrededores quedó capturada en grandes frescos de la Sala della Pace, Palazzo, Siena en el ayuntamiento de la ciudad. Este fresco es una propaganda política que celebra las virtudes de la administración de la comuna. 

Daniela Koldobsky, La figura de artista cuando se anuncia su muerte,

El artista de la profesión a la vocación

El artista “creador y vocacional”  que conocemos es una figura reciente, constituida en Occidente hacia fines del siglo XVIII e ignorada por otras culturas.
En la Edad Media las “artes mecánicas” distinguen a las actividades manuales – que, sujetas por la práctica no dependen del discurso escrito-  de las denominadas “artes liberales”, compuestas por el trivium (gramática, retórica y dialéctica) y el quatrivium (aritmética, geometría, astronomía y música), asignaturas que se enseñan en las nacientes universidades. A partir del siglo XV el pintor reivindica el pasaje de clase de las primeras -que lo restringen a la categoría de artesano- a las segundas, pasaje por el cual comienza a constituirse como profesional. El movimiento del oficio a la profesión se produce entonces a fines de la Edad Media, y recién a fines del siglo XVIII, la profesión de artista liberal se transforma en una actividad signada por la vocación y concebida como arte creador (Heinich 1996).
En el momento en que se concibe al productor de obras visuales  como profesional que pone en juego sus saberes y su intelecto en la producción, se comienzan a desarrollar los mecanismos metadiscursivos que darán visibilidad social a su figura: ejemplo de ello es, al interior de la obra artística, la firma del autor, que no estaba presente en el período en que el productor tenía estatuto de artesano, pues se valoraba el producto sobre su figura, y la corporación estaba sobre el trabajador individual. El metadiscurso externo a ella se inaugura en 1550, cuando se conoce la primera edición de las Vidas de Vasari -considerado hoy el texto fundacional de la historia del arte occidental moderna- y que, como lo indica su título, organiza la historia en torno a la figura de los autores y sus biografías, todo un gesto en relación con el peso futuro de la figura del artista en la historia moderna del arte. Especialmente en Francia y a partir de la segunda mitad del siglo XVII se suma a ese primer escalón de la literatura artística  la aparición de un conjunto de tratados teóricos y prácticos sobre la actividad artística, enmarcados institucionalmente por la recién nacida Academia francesa de pintura y escultura (1671),  que regula el ejercicio de la actividad artística y por lo tanto impulsa el pasaje de su normativa a la palabra escrita. Ya hacia fines del período de vigencia del estatuto profesional, en el segundo tercio del siglo XVIII, esa palabra pública se despliega además en el incipiente género de la crítica, que encontrará su espacio por excelencia en la prensa escrita.
Con la aparición de la Teoría del genio, el artista adquiere una superioridad que demanda el reconocimiento social ya no de manera institucional sino con el prestigio, el culto y la gloria que merecen el héroe o incluso el santo (Schaeffer y Flahault 1996). Este nuevo estatuto se complejiza con el Romanticismo, dividido entre dos miradas en las que se inscribe el artista moderno primero y el contemporáneo luego. Si por un lado se reivindica en textos de Novalis o Víctor Hugo al artista como sujeto fundador y autofundador del mundo con la capacidad de darse su propia ley (en oposición a las dictadas por los organismos institucionales) y de imprimir en su obra verdades últimas al modo en que antes lo hacía la religión; por otro en sus Fragmentos Schlegel presenta al artista como operador de la cultura que detona “todos los lenguajes, conocimientos y ciencias”... y esos “conocimientos, prácticas y operatorias son caminos de libertad para él (respecto de la costumbre, la repetición o las maneras de pensar los géneros en la comunicación)” (Steimberg 1989 1996: 116-117).
El Romanticismo que constituye la figura del artista legitimado como creador se desarrolla conjuntamente con una definición del arte como revelador de “verdades últimas, inaccesibles a las actividades cognitivas profanas; o es una experiencia trascendental que funda ‘el ser en el mundo’ del hombre; o también, es la presentación de lo irrepresentable, el acontecimiento del ser...” (Schaeffer 1992 1999: 16) . Esta teoría que sacraliza el vínculo con la obra de arte es denominada por el citado autor Teoría especulativa, en función de su búsqueda de una esencia del arte que, entre otras consecuencias, les permitió a las vanguardias presentarse como transformadoras ya no sólo de la propia práctica artística sino de la vida social. Desde esta posición se hacía imposible no constituir la experiencia del arte y la figura de su autor como problemas morales.
En otras zonas del Romanticismo como la citada obra de Schlegel, sin embargo, aparecen proposiciones acerca de la relación entre ciencia y poesía, de la ironía como conciencia del caos o de las propiedades del fragmento (Steimberg y Traversa 1996: 12) que piensan el espacio del discurso artístico como productor de sentido ligado a otros y que, tempranamente, permite leer, tematizar o jugar con otros discursos sociales más que reemplazarlos o resolver sus contradicciones



Daniela Koldobsky


La figura de artista cuando se anuncia su muerte, 2003

 


viernes, 21 de octubre de 2011

Giotto di Bondone - "Lamentación por Cristo muerto"


Giotto di Bondone, 1267-1336, italiano, Lamentación por Cristo Muerto, Fresco en la Capilla Scrovegni, Padua


La poderosa personalidad de Giotto, su espíritu innovador, transformaron la pintura, no sólo en Florencia, sino, en general, en toda Italia, durante los últimos decenios del siglo XIII. Discípulo de Cimabue, estuvo, todavía joven, en Roma, como su maestro, y volvió allí en ocasión del jubileo de 1300. Heredó la fama de Cimabue, y la superó, según consigna el Dante (que fue amigo suyo) en la Divina Comedia ("Purgatorio").

Este prestigio le vino de su capacidad en la composición dramática y movida, de su diafanidad en el colorido, de su riqueza de recursos artísticos y humanos. El conjunto de frescos con que decoró la pequeña capilla que en Padua hicieron edificar, junto a su residencia, los miembros de la familia Scrovegni, presenta escenas de la vida de María y Jesús y un Juicio Final. Se realizaron entre 1304 y 1312, cuando ya Giotto había terminado sus grandes frescos con la Vida de San Francisco en la Iglesia Superior de Asís. 

Esta lamentación resume, elocuentemente, las posibilidades de madura expresión, dentro de una unidad rigurosa del estilo del genial maestro. 

M. Olivar
Cien obras maestras de la Pintura - Biblioteca básica Salvat. 

sábado, 8 de octubre de 2011

Simone Martini, Retrato ecuestre de Guidoricco da Fogliano





Simone Martini, 1284-1344, arte gótico, escuela sienesa, italiano, Retrato ecuestre de Guidoricco da Fogliano, 1328-30, fresco, 340 x 968  cm, Palazzo Pubblico, Siena.

La historia del arte

Las pinturas y las tallas más antiguas que se conocen

Una vez en la antigua Grecia, dos enamorados estaban a punto de separarse. Anhelando algún recuerdo de su amado antes de la partida, la joven dibujó una línea en el muro, siguiendo la forma que de él se formaba a la luz de la lámpara. El resultado fue el primer retrato: la silueta perfecta de un hombre.

Según el escritor romano Plinio el Viejo, esta historia romántica en realidad describe el origen del arte realista. Hay relatos similares en lugares tan lejanos como el Tíbet y la India, sin que ninguno parezca ser cierto. De tal suerte, ¿Por qué, cuándo y dónde empezó el arte realista?
 
Las pinturas más antiguas que se conocen son las que hay en las paredes de las cuevas del hombre del Paleolítico en Francia y España. Se creen que tienen una antigüedad de más de 20.000 años. En muchas se representan animales, lo cual ha dado a los expertos la clave de su significado.

Estas imágenes tenían funciones simbólicas o mágicas. Se piensa que el hombre del paleolítico creía que al pintar la figura de un bisonte atravesado por flechas lograría éxito en la cacería.

En estas imágenes se usaban rojo, café, amarillo y negro, y se pintaban con pinceles o con los dedos. Los pigmentos se hacían con materiales naturales, como el tizón o el hollín pulverizados y mezclados con agua, guardados en huesos y cráneos.

A medida que evolucionó la tradición de la pintura, cambió poco a poco su función y se creyó cada vez menos en las cualidades mágicas de una imagen. Con todo, incluso en este siglo persisten restos de esta creencia prehistórica en el poder mágico de las imágenes, como ocurre en la brujería y el uso popular de amuletos.

A finales del siglo pasado se descubrieron varias tallas en miniatura, enterradas en una cueva en los Pirineos franceses. Dado que son representaciones de mujeres, se las bautizó como “Venus”, pese a que no son hermosas conforme al concepto moderno de belleza. Son figuras muy estilizadas, con cuerpos grandes y protuberantes, y rostros sin rasgos distintivos. La única excepción es la pequeña y delicada cabeza de una joven con cabello largo, más cercana a la idea convencional moderna de la belleza femenina.

Así pues, ¿quiénes eran estas mujeres? ¿Qué fin tenían estas pequeñas esculturas? Pronto se supo que habían sido talladas en marfil de colmillo de mamut por cavernícolas del Paleolítico. Se han encontrado muchas esculturas similares en cuevas de toda Europa. Se piensan que simbolizan a la Madre Naturaleza, que tal vez se le atribuían poderes mágicos, y que se usaban en ceremonias religiosas para propiciar la abundancia de alimentos y la fertilidad.

Se cree que fueron talladas hace más de 30.000 años. Si así fuera, las Venus se contarían entre las esculturas más antigua que se conocen.


¿Sabía usted qué...?, Reader’s Digest, 1990


sábado, 1 de octubre de 2011

Ambrogio Lorenzetti, La presentación en el templo


Ambrogio Lorenzetti, 1290-1348, principios del Renacimiento, escuela sienesa, italiano, La presentación en el templo, 1327-1332, pintura al temple sobre panel, 257 x 138 cm, Gallería degli Uffizi, Florencia

Lo artístico


Los bajos fondos del arte

La cultura occidental entiende por arte toda práctica que, a través del juego de sus formas, pero más allá de él, quiere enfrentar lo real. Sin embargo, en los hechos, el término arte se reserva a las actividades en las que ese juego tiene el predominio absoluto; sólo a través de la hegemonía de la forma se desencadena la genuina experiencia artística. En el arte popular, la forma estética –aun reconocible- no es autónoma ni se impone sobre las otras configuraciones culturales (con las que se entremezclan y se confunde). A partir de este hecho, se considera que el vocablo arte afecta ciertos fenómenos culturales en los que la forma eclipsa la función y funda un dominio aparte, por oposición al terreno de las artesanías o artes menores, donde la utilidad convive con la belleza y algunas veces le hace sombra.
A mediados del siglo XVIII, la Estética se consolida en el curso de un afán emancipador de la forma, expresivo de la concepción autosuficiente del nuevo sujeto burgués como actor histórico privilegiado. La representación artística se desentiende de sus fines tradicionales (usos y funciones utilitarias, rituales, etc.) para centrarse fundamentalmente en la forma estética. El privilegio de la estructura formal del objeto es la base del “gusto estético” entendido como posibilidad de apreciar sensiblemente dicho objeto sin interés alguno, a partir del juego libre de las facultades y la mera contemplación pura y libre; es decir, sin tener en cuenta posibles finalidades prácticas del mismo.
Las artes “mayores” poseen una belleza pura, autónoma y autosuficiente, mientras que las “aplicadas” o “menores” dependen de otros valores y condiciones y carecen de formas que puedan ser valoradas aisladamente.
La cisura corre a lo largo del pensamiento estético moderno. Ella marca los lindes, infranqueables, entre el ámbito sacralizado del objeto artístico considerado como forma mítica y fetichista y las otras expresiones que no cumplen el indispensable requisito de inutilidad que caracteriza la gran obra de arte.  El resultado de tales límites es la marginación de estas expresiones que son relegadas a una zona residual y subalterna que conforma lo que Eduardo Galeano llama “los bajos fondos del arte”. Es que la oposición arte/artesanía no es ideológicamente neutra. En primer lugar encubre ciertas consecuencias derivadas de la mercantilización del objeto artístico. Éste se ha emancipado de su destino utilitario pero no de su función de mercancía, que lo sujeta a nuevas dependencias y funciones provenientes del predominio del valor de cambio sobre el valor de uso. En las sociedades llamadas “primitivas” las expresiones artísticas están al servicio del ritual y portan un valor de uso social. La sociedad contemporánea desritualiza el objeto, subrayando su valor exhibitivo (la mera contemplación artística), pero, paralelamente, sacrifica el valor de uso social y promueve la apropiación privada del objeto devenido en mercancía.
En el Paraguay, como en toda América Latina, la dominación colonial supuso la privación del estatuto de arte a las expresiones indígenas y mestizas. Por supuesto que ni a los primeros conquistadores ni a los misioneros se les pasó por la cabeza que las manifestaciones culturales de los indígenas que habitaban estas tierras pudieran tener valor estético alguno. Sólo vagamente y con un sentido manifiestamente peyorativo se refirieron a prácticas consideradas siempre salvajes y desprovistas de todo valor. Recién desde comienzos del siglo XX la obra de los indígenas comenzó a despertar el interés de los misioneros, etnógrafos, antropólogos y arqueólogos, pero siempre como objeto de cultura material y no como soporte de valores artísticos.
Las misiones jesuíticas desarrollaron en el Paraguay un intenso trabajo de talleres artesanales, pero la idea de considerar artísticas las producciones de los mismos se encontraba al margen de las intenciones de los misioneros. El sistema de trabajo de los talleres de escultura, pintura, retablo o grabado se basaba en la copia de modelos celosamente controlada y, en lo posible, sin margen alguno para la creatividad del indio. En el mejor de los casos, el indio era considerado un buen copista del arte de Europa y su obra tenida por un trasunto imperfecto y degradado de las verdaderas creaciones, cuya aura reflejaba pasivamente desde lejos. 
Es cierto que hoy se tiende a borrar los límites entre el arte y la artesanía, pero promovida desde el centro, esta tendencia no cautela la diferencia de lo popular, la brecha aparece intacta; y si se decide saltarla sin más, el gran arte, aristocrático y exclusivo, se resiste a aceptar en su terreno manifestaciones consideradas de menor categoría y crea dificultades y complicaciones.



Ticio Escobar

Fragmento de El mito del arte y el mito del pueblo. Cuestiones sobre el arte popular. Ediciones Metales Pesados, 2008

sábado, 17 de septiembre de 2011

Ambrogio Lorenzetti, San Nicolás ofrece a tres muchachas sus dotes


Ambrogio Lorenzetti, 1290-1348, principios del Renacimiento, escuela sienesa, italiano, Escenas de la vida de San Nicolás: San Nicolás ofrece a tres muchachas sus dotes, 1327-1332, pintura al temple sobre panel, 96 x 53 cm, Gallería degli Uffizi, Florencia.

Las clases sociales y las imágenes

Imágenes y lucha de clases: La clases sociales y la lucha de clases no figuran en ellas.


La lucha de clases es una lucha de prácticas de diversas clases; que las clases siguen no sólo una práctica económica y una práctica política, sino también una práctica ideológica. El problema que se plantea es saber si se puede considerar la producción de imágenes como una práctica ideológica, como una de las numerosas prácticas o regiones del nivel ideológico. En caso afirmativo, resulta “automáticamente”, según nuestra definición de la ideología, que la producción de imágenes es una práctica de clase.
Pero antes de toda discusión, sería conveniente huir de la actitud simplista que consiste en razonar de la manera siguiente: puesto que lo propio de la imagen es “mostrar”-nos algo, puesto que en la imagen “se ve” algo, los que oyen hablar de lucha de clases sociales en la producción de imágenes esperan “ver” o bien a las clases sociales librar silenciosamente sus batallas sobre toda la superficie de la imagen, o bien aparecer a sus representantes como en el escenario de un teatro, denunciando, con el dedo tendido a sus enemigos de clase.
 Y, sin embargo, no hay nada de eso. ¡Para poder “ver” todo eso, sería preciso tener mucha “buena voluntad”! Para quererlo ver, sería preciso tener una concepción vulgar de la lucha de clases, de la ideología y de la producción de imágenes. Comencemos, pues, por esta advertencia: ni las clases sociales, ni su lucha aparecen “de tamaño natural” en las imágenes. Si bien la lucha de clases es una lucha de las prácticas, esta lucha, al menos en el caso de la producción de imágenes, no es visible como tal en parte alguna. Lo visible, de una parte, son sus efectos. Lo visible, de otra parte, es la “conciencia de sí mismas” o, si se quiere, la “inconsciencia de sí mismas” de las clases sociales, es decir, su ideología.
Después de este toque de atención, volvamos a la cuestión principal: ¿puede la producción de imágenes ser considerada como una práctica ideológica, como una de las regiones del nivel ideológico de la sociedad?
Por se la ideología un conjunto de coherencia relativa de representaciones, valores y creencias a través de los cuales expresan los hombres la manera en que viven su relación con sus condiciones de existencia. ¿habrá que sacar la conclusión de que las imágenes constituyen tal conjunto? O, más bien, ¿sirven las imágenes de vehículo a tales conjuntos? La noción de vehículo puede sugerir indirectamente que la producción de imágenes en sí no es una de las formas que reviste la ideología (una de las regiones del nivel ideológico), sino que lleva ideologías en su sena inocente; la producción de imágenes sería entonces un vehículo de ideologías en el sentido en que la forma de la imagen (que constituiría su propio valor estético) albergaría ideologías entendidas como contenidos. Y estas ideologías serían las ideologías políticas o sociales contemporáneas.
Esta aceptación de la noción de vehículo se reduce de hecho a la concepción tradicional de la distinción entre forma y contenido. Con todo, decir de la producción de imágenes que sirve de vehículo a unas ideologías no tendrá sentido más que para insistir en el hecho de que ésta es una manera de producción ideológica. No se deben buscar las ideologías en el “contenido” de las imágenes, sino en su “presentación” (lo que implica la unidad entre “forma” y “contenido”.
Se puede decir que toda imagen, independientemente de su “calidad”, es una obra “ideológica”. En este sentido, el mundo que revela es el de una ideología cualquiera que sea su “realismo” (el realismo no es más que una de las numerosas ideología en imágenes). De momento, basta con insistir sobre el hecho de que la ideología de la imagen es una ideología propiamente “de imágenes” y no política o literaria, un tipo de ideología que no existe, como tal, más que en la forma de las dos dimensiones de la imagen, sin dejar de mantener relaciones específicas con los demás tipos de ideologías (literaria, política, filosófica, etc.)
El tema de la ideología de las imágenes presenta tres dificultades, estas dificultades deben concebirse como obstáculos que cierran el acceso a una definición del objeto de la creencia de la historia del arte y, por lo tanto, a un conocimiento científico de la producción de imágenes y de su historia. Estos obstáculos adoptan la forma de tres concepciones ideológicas de lo que es la historia del arte. Las tres, a pesar de sus diferencias, son variantes de la ideología burguesa del arte. O lo que es lo mismo: nadie puede negar que la historia del arte como disciplina “científica” estuvo dominada, desde sus orígenes, por la ideología burguesa.
El primer obstáculo s la concepción de la historia del arte como historia de los artistas. Es la tesis más antigua y la más extendida todavía hoy, puede que no en el ámbito universitario, pero en todo caso en los escritos de vulgarización relativos al “arte”. La concepción ofrecida de la relación “evidente” artística-obra oscurece la relación profunda entre imagen e ideología y dificulta el conocimiento de ésta.
El segundo obstáculo es la concepción de la historia del arte como parte de la historia general de las civilizaciones. Esta concepción, que se apoya sobre la pretendida relación “Arte”-“espíritu general” de una sociedad, de una civilización, de una época, desconoce la existencia de la relación entre el arte y las ideologías globales de las clases.
El tercer obstáculo es la concepción de la historia del arte como historia de las obras de arte. Esta concepción, al percibir el arte en un aislamiento total sin ninguna relación con las clases sociales y su ideología, niega la existencia de la relación arte-ideología-lucha ideológica de clases.
Esquemáticamente la ideología burguesa del “arte” está compuesta de los elementos siguientes:
·        Bajo la denominación “arte” se han reagrupado únicamente las obras consideradas como “mayores”. Las obras consideradas como “menores” son ignoradas.
·        Las “obras de arte”, hechas por genios creadores, representan el espíritu homogéneo de una época y la herencia de la humanidad entera. Las ideologías globales de las clases sociales son ignoradas.
·        La pareja de las nociones forma-contenido, cuya forma está cargada de los “valores estéticos”. La relación entre los estilos y las ideologías globales de las clases es ignorada.

Sin embargo, el examen de estas variantes, de estos obstáculos, uno tras otro, nos permitirá circunscribir más estrechamente el verdadero objeto de la ciencia de la historia del arte.
El hecho de que hayamos colocado todas las escuelas de la historia del arte bajo una de estas tres rúbricas no significa que permanezcamos ciegos ante el hecho de que los escritos de cada historiador de arte tienen sus particularidades y su especificidad; y esto hasta el punto de que tratar de meterlos a toda costa en el corsé estrecho de una de las tres variantes puede parecer o mala voluntad o dogmatismo puro. Creemos no obstante que las luces que nos procura esta división prevalecen sobre las injusticias que no puede dejar consigo tal esquematización.

Nicos Hadkinicolaou, (fragmentos de ) Historia del Arte y lucha de clases. Siglo XX1 Editores

sábado, 10 de septiembre de 2011

Maso di Banco, El milagro del Papa San Silvestre


Maso di Banco, activo en 1320-50, Principios del Renacimiento, escuela florentina, italiano, el milagro del Papa San Silvestre, 1340, fresco, Cappella di Bardi di Vermio, Santa Cruz, Florencia

Aquí Maso di Banco representa la escena del “milagro del dragón”; a la izquierda, el Papa encadena al dragón para luego volver a la vida a los Magos muertos. A la derecha el emperador Constantino y su séquito contemplan asombrados la escena.

Maso di Banco (activo en 1320-1350) fue sin duda el más grande de los estudiantes de Giotto, pero dado que Vasari no lo menciona, no sabemos mucho de su carrera. Sus obras más famosas son los frescos que ilustran la leyenda de San Silvestre en la capilla Bardi de Santa Croce en Florencia, donde es posible apreciar la claridad de su trabajo y la armonía de sus colores. Como seguidor de Ghiberti, su trabajo muestra también escenarios arquitectónicos y figuras enormes que anticipan el estilo monumental de Piero Della Francesca y Masaccio.


1000 Pinturas de los Grandes Maestros, Edimat, 2007

La figura del artista

La muerte del artista


La historia de las civilizaciones no registra muchos momentos en los que la figura del autor de un texto –literario, musical, visual-  haya sido privilegiada como luego del final de la Edad Media primero, y fundamentalmente a partir del siglo XIX, con el desarrollo del Romanticismo y la Teoría del genio. En 1968 Roland Barthes (1968 [1999]) aseguraba que en ese mismo movimiento crecía la crítica y la figura del crítico, que en su búsqueda de descifrar el texto asumía como tarea la de explicar a su autor. Estas palabras aparecen sin embargo en un artículo titulado “La muerte del autor”, en el que Barthes explora los cuestionamientos a esa figura en escrituras modernas como las de Mallarmé, Proust, los surrealistas y -en el terreno analítico- en los desarrollos de la lingüística y la semiótica respecto del problema de la enunciación como un proceso impersonal  y discursivo, que no implica la referencia a las personas empíricas de sus interlocutores.
La muerte proclamada por Barthes es la del autor como creador original y sujeto pleno, en pos de la concepción de la obra artística como un texto estructurado por una variedad de “escrituras” que se combinan y superponen y de las que el autor no es padre -es decir no las precede-, más bien nace con ellas. En ese camino se entiende también la muerte del  crítico, cuya tarea de circunscribir un sentido en la obra -“el mensaje del Autor-Dios” en palabras de Barthes-  cae desmantelada (1968 [1999]: 69).
A pesar de que en los años sesenta diversas voces decretan la muerte del autor/artista en general y para cada una de las artes, el escenario privilegiado de la comunicación mediática contemporánea en su discurso crítico e informativo, no ha dejado de proporcionarle un lugar central -tanto o más importante que a su producción-­ paradojalmente cuando en el caso de las artes visuales las vanguardias históricas en general y entre ellas el dadaísmo de Marcel Duchamp, abrieron el camino a un arte de obras efímeras primero e inmateriales después, lo que fue definido por el crítico Harold Rosemberg como una época “de artistas sin arte”[i]. Esto no implica sin embargo que las marcas de su figuración[ii] tanto en la propia obra como en su vida metadiscursiva mantengan las características del genio creador que constituyeron a sus vidas “creativas” en verosímil de vidas bien vividas.
Luego de realizar una sintética caracterización de la vida del artista plástico anterior al anuncio de su muerte, este trabajo se sitúa en la década del sesenta, en torno a un conjunto de prácticas de vanguardia inscriptas en el denominado neodadaísmo, para analizar ese proceso en el que se decreta no solamente la muerte del artista sino la del propio lenguaje pictórico y del arte en general. Ese análisis propone dos entradas: una, la de los recursos polifónicos aparecidos como marcas del artista en su propia obra, que debe partir de las nuevas configuraciones materiales que ella plantea; la otra, las redefiniciones de su lugar en la vida metadiscursiva tanto interna como externa, esto es, desde los manifiestos y los textos que acompañan al discurso artístico en el momento de su emergencia como aquellos que resultan de su lectura. Para terminar con un comentario acerca de la vida del artista después de decretarse su muerte o, mejor dicho, ya cerca de nuestra  actualidad.
El anuncio de la muerte del arte y de su autor cuando -luego de sesenta años de vanguardias artísticas- se han cuestionado todos los lugares pragmáticos del intercambio discursivo -es decir, de la obra, que en palabras de Oscar Massotta entra en un proceso de desmaterialización, del artista en tanto productor manual y creador,  y del receptor o destinatario de una obra que ha abandonado su condición material- se enmarca en un proceso de gestación de cambios en la definición del arte y sus fronteras, que reclama la pregunta acerca de qué es el arte. En este marco, el análisis de la figura de artista exige tener en cuenta esos complejos procedimientos de cruzamiento de géneros, lenguajes y soportes que caracterizan la vida del arte y los medios en la actualidad; es decir, no es posible analizar esa figura si no es en los términos de la enunciación pensada como un proceso de constitución de una situación comunicacional que comporta la pregunta sobre sus rasgos textuales (a partir de sus determinaciones materiales), y también sobre sus aspectos metadiscursivos en esa doble vertiente por la cual el primer metadiscurso está en el texto mismo –en palabras de Christian Metz, el texto “comenta o reflexiona, según los casos, su propio enunciado” (Metz, 1990), por un lado; y luego, en todos aquellos discursos que, de diversas maneras, aluden a él y a la figura de su productor.


Daniela Koldobsky


La figura de artista cuando se anuncia su muerte, 2003


[i] Tomo ambos conceptos de la presentación del número de la revista Communications dedicada a La creación (Schaeffer y Flahault 1996): el segundo es a su vez citado por ellos de La Dé-définition de l’ art.
[ii] El concepto de figuración, desarrollado por Oscar Traversa (1997), alude tanto al proceso discursivo de constitución de esa figura como a su resultado. 

viernes, 2 de septiembre de 2011

Rafael Barradas, Quiosco de canaletas







Rafael Barradas, uruguayo, Quiosco de canaletas, 1918, Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires

Simone Martini "Maesà"




Simone Martini, 1284-1344, arte gótico, escuela sienesa, italiano, Maestà, 1317, fresco, Palazzo Pubblico, San Gimignano

imagen bajada de es.wikipedia.org

En esta pintura, los rastros de la influencia bizantina pueden observarse en el estilo del trono y en la composición de las figuras que aparecen como si estuvieran en gradas. Pero la influencia más evidente es la de los pintores góticos Duccio y Giotto. Varios de los santos llevan consigo símbolos, por lo general los instrumentos de su martirio. Cada uno de los santos sostiene una de las columnas que soportan el dosel. Aunque el tamaño de cada figura es casi uniforme, se conserva la tradición bizantina de ajustar el tamaño de las figuras en proporción a su importancia. Esta pieza es la primera obra conocida del artista. La transparencia de los ropajes de los ángeles no es un efecto accidental ni se presenta porque las capas superiores de pintura se hayan adelgazado con los años, sino que es el resultado de una técnica muy inteligente. Sólo siete años después de terminado tuvo que restaurarse por daños provocados por el agua. El fresco está rodeado por un marco con veinte medallones que muestran a Cristo dando la bendición, a los profetas y a los evangelistas y pequeños escudos de armas de Siena

Simone Martini (1284 Siena – 1344 Aviñón) Pintor de Siena, alumno de Duccio. Recibió la influencia de su maestro y de las esculturas de Giovanni Pisano, pero su mayor influencia fue el arte gótico francés. Sus primeras obras la realizó en Siena, donde trabajó como pintor de la corte en el entonces reino francés de Nápoles; fue entonces cuando comenzó a incorporar personajes no religiosos en sus pinturas. Luego trabajó en Asís y Florencia, al lado de su cuñado Lippo Memmi.

En 1340-41 Simone Martini viajó a Aviñón, en Francia, donde conoció a Petrarca e ilustró para él un códice de Virgilio. Sus últimas obras las creó en Aviñón, donde finalmente murió. Simone Martini dotó a sus composiciones religiosas de una gran dulzura, al mismo tiempo que fue el primero en atreverse a emplear su arte para propósitos que no eran del todo religiosos.

1000 pinturas de los grandes maestros, Edimat libros, 2007

Duccio di Buoninsegna, La pesca milagrosa


Duccio di Buonisegna (activo en Siena desde 1278; m entre 1318 y 1319): Panel con la Pesca Milagrosa, en el dorso de la gran tabla de la “Maestá” (Museo dell’Opera del Duomo, Siena)


Con Duccio di Buoninsegna, la sutil y delicada escuela pictórica sienesa, iniciada en el siglo XIII principalmente con Guido de Siena, halló en el último tercio de aquel siglo su definitiva orientación, mediante la cual, desprendiéndose de resabios de bizantinismo, lograría en el siglo XIV altos valores poéticos y cromáticos. Eso determinó la fructífera influencia que, a través de Simone Martini y los Lorenzetti, ejerció en la corte papal de Aviñón, y sobre las escuelas de Barcelona y Valencia.
La obra más importante de Duccio es aquella tabla de altar de la “Maestà” que hasta 1506 fue el altar mayor de la catedral de Siena. Su anverso presenta en el centro la figura sedente de la Virgen con el niño, rodeados de ángeles y santos, y con un friso de semifiguras de los apóstoloes en su parte superior.
El dorso, que fue aserrado del anverso en 1795 (lo que dio ocasión a que algunos de sus paneles se desperdigaran), contiene escenas de la vida de Jesús y de María, presididas por una crucifixión en el centro de su mitad superior.
Encargada al artista en 1308, esta obra fue conducida a su destino el 7 de junio de 1311 en solemne procesión, en la que figuraban el pueblo de Siena, con sus autoridades y el clero.

M.Olivar
Cien obras maestras de la pintura. Biblioteca Básica Salvat, 1969 



sábado, 27 de agosto de 2011

Patocrátor pintado en la bóveda del Panteón de los Reyes en León

Pantocrátor pintado en la boveda del Panteón de los Reyes, en León; hacia 1181


Este Pantocrátor rodeado del Tetramorfos, en la bóveda central del tramo adosado al muro del templo de San Isidoro, se pintó al fresco con retoques al temple.
Por su inspiración y estilo difiere notablemente de otra famosa pintura mural romántica española del Pantocrátor, la que preside el ábside de San Clemente, de Tahull, obra de 1123 que ahora se conserva en el Museo de Arte de Cataluña. La figuración leonesa aquí reproducida es la pieza clave del fastuoso conjunto de pinturas que enriquecen aquel insigne monumento romántico en León. Algunos episodios de tal conjunto denotan estrecha relación con el arte contemporáneo de los iluminadores, dentro de una corriente estilística de derivación francesa, así como el ejemplo catalán antes aludido delata más bien parentesco con el arte italo-bizantino.
Existen dudas acerca de la fecha en que pintaron los frescos leoneses del mausoleo real erigido por Fernando II; la datación más probable se sitúa entre 1181 y 1188, fecha esta última del fallecimiento de aquel rey de León.
El Pantocrátor aparece aquí sobre un fondo de nubarrones, tormentoso, que acentúa la majestad de su aparición. El cromatismo es rico en tonalidades, con dominio de azules, rojos y tonos pardos.

Cien obras maestras de la pintura, 

Duccio di Buoninsegna, Primera negación de Cristo por parte de Pedro ante el Sumo Sacerdote Anás







Duccio di Buoninsegna, 1255-1319, principios del Renacimeinto, escuela sienesa, italiano, La Maestà, (panel posterior) Historia de la Pasión, Primera negación de Cristo por parte de Pedro ante el Sumo Sacerdote, 1308-11, pintura al temple sobre panel, 99 x 55.5 cm, Museo dell'Opera del Duomo, Siena

Duccio di Buoninsegna, "Cristo entrando a Jerusalén"

Duccio di Buoninsegna, 1255-1319, principios del Renacimiento, escuela sienesa, italiano, Cristo entrando a Jerusalén, 1308-11, pintura al temple sobre panel, 100 x 57 cm, Museo dell'Opera del Duomo, Siena

El siglo XIV




El siglo XIV se considera un período de transición entre la época medieval y el Renacimiento. Fue un período en el que la iglesia católica experimentó una serie de trastornos, que contribuyeron al caos social. En 1305 se eligió un Papa francés, Clemente V. Estableció su sede papal en Aviñón, en lugar de Roma, así como lo hicieron los papas que le sucedieron; esto provocó que en 1378 tuviera lugar la elección de dos papas, uno en Aviñón y otro en Roma. A esto se le dio el nombre de el Gran Cisma. No fue sino hasta cuarenta años después, en 1417, que la crisis se resolvió con la elección de un nuevo Papa romano, Martín V, cuya autoridad fue aceptada por todos.
En esta época, Italia era un grupo de ciudades-estado y repúblicas independientes, gobernadas en su mayoría por la élite aristocrática. A través de una actividad económica sumamente organizada, Italia logró expandir y dominar el comercio internacional que unía a Europa con Rusia, Bizancio, las tierras islámicas y China. Esta prosperidad fue brutalmente interrumpida por la Muerte negra, o peste bubónica, a finales de la década de 1340. En apenas cinco años, la enfermedad acabó con al menos el veinticinco por ciento de la población de Europa, cifra que en algunas partes alcanzó el sesenta por ciento. Como consecuencia, Europa entró en un período de agitación y confusión social, mientras que el imperio otomano y los estados islámicos eran demasiado fuertes para notar la expansión o el declive de las iniciativas económicas europeas del siglo XIV.
En la esfera secular se dieron muchos cambios, con el desarrollo de una literatura cotidiana o vernácula en Italia. El latín siguió siendo la lengua oficial de los documentos de la iglesia y el estado, pero las ideas filosóficas e intelectuales se volvieron más accesibles, dado que se intercambiaban en la lengua común, basada en los dialectos toscanos de las regiones cercanas a Florencia. Dante Alighieri (1265-1321), Giovanni Boccaccio (1313-75) y Francesco Petrarca (1304-74) ayudaron a establecer el uso de la lengua vernácula. La Divina Comedia y el Infierno de Dante, así como el Decamerón de Boccaccio, disfrutaron de un vasto público, debido a estaban escrito en lengua vernácula. 
Petrarca expuso ideas de individualismo y humanismo. En lugar de un sistema filosófico, el humanismo se refería a un código de conducta civil e ideas acerca de la educación.
La disciplina escolástica que los humanistas esperaban impulsar estaba basada en los intereses y valores celestiales de la religión, pero sin oponerse a ella. Los humanistas desarrollaron un conjunto distinto de preocupaciones que no se basaban en la fe, sino en la razón, a diferencia de las disciplinas escolásticas religiosas. Los clásicos latinos de la antigüedad grecorromana ayudaron a desarrollar un código de ética para regir a la sociedad civil que incluía el servicio del estado, la participación en el gobierno y en la defensa del estado, así como el deber de lograr el bien común en lugar del interés propio. Los humanistas tradujeron los textos griegos y latinos que durante la Edad Media se habían descartado, pero además crearon nuevos textos dedicados al culto a la fama del humanista. Así como la santidad era la recompensa a la virtud religiosa, la fama era la recompensa para la virtud cívica. Boccaccio escribió una colección de biografías de mujeres famosas y Petrarca una de hombres famosos que personificaban los ideales humanistas. 

sábado, 20 de agosto de 2011

El poder de las imágenes



 Las personas se excitan sexualmente cuando contemplan pinturas y esculturas; las rompen, las mutilan, las besan, lloran ante ellas y emprenden viajes para llegar donde están; se sienten calmadas por ellas, emocionadas e incitadas a la revuelta. Con ellas expresan agradecimiento, esperan sentirse elevadas y se transportan hasta los niveles más altos de la empatía y el miedo. Siempre han respondido de estas maneras y aún responden así, en las sociedades que llamamos primitivas y en las sociedades modernas.
Giulio Manzini redactaba su espléndido compendio de información sobre los pintores y la pintura: Considerazioni sulla pintura. Al fina de una discusión bastante técnica sobre la ubicación apropiada de los cuadros, dice los siguiente acerca de la decoración de los dormitorios:

Habrán de colocarse cosas lascivas en las habitaciones privadas, y el padre de familia deberá mantenerlas cubiertas para descubrirlas sólo cuando entre en ellas con su esposa o con alguna otra persona íntima no demasiado remilgada. Igualmente apropiados son los cuadros de temas lascivos para las habitaciones en las que tienen lugar las relaciones sexuales de la pareja, porque el hecho de verlos contribuye a la excitación y a procrear niños hermosos, sanos y encantadores... no porque la imaginación se grabe en el feto, que ella está hecha de un material diferente para el padre y para la madre, sino porque al ver la pintura, cada progenitor imprime en su semilla una constitución similar a la del objeto o la figura vistos... De modo que la vista de objetos y figuras de esta clase, bien hechos y de temperamento adecuado, representados en color, es de gran ayuda en tales ocasiones. No obstante, no han de verlo niños ni mujeres solteras de edad avanzada, así como tampoco personas extrañas ni remilgadas. (Siglo XVII)

Pese a todo el esfuerzo por proporcionar una explicación causal, científica de esta creencia en el poder de los cuadro, a nosotros, tanto la explicación ofrecida como la creencia misma nos parecen improbables, cuando no completamente fantásticas. Sin embargo, cuando nos encontramos ante la idea contrarreformista de que nadie debe tener en modo alguno en su cuarto pinturas de personas cuyo origina no pueda poseer, comenzamos a sentir que quizá la cuestión no sea tan fantástica a pesar de todo.
Pasemos de la alcoba al salón de juegos infantil. La parte cuarta del libro de Giovanni Dominici Regla del governo di cura familiare, trata de la crianza de los hijos. A fin de criar al niño “para Dios”, la primera recomendación de Dominici es tener

pinturas n la casa, de niños santos, de vírgenes niñas, en la que el niño, incluso en edad de llevar pañales, pueda recrearse pensando que son sus iguale, y se sienta atrapado por el parecido, con acciones y signos atractivos para la infancia. Y lo que dijo en punto de los cuadros lo digo también sobre las esculturas. Es bueno tener a la Virgen María con el niño en brazos y con e pajarillo o la granada en una mano. Una buena imagen sería la de Jesús mamando, durmiendo en el regazo de su mare, puesto en pie con elegancia ante ella, o marcando un dobladillo y su madre cosiendo ese dobladillo. Igualmente, puede el niño verse reflejado en San Juan Bautista, vestido con piel de camello, un muchacho que se adentra en el desierto, que juega con los pájaros, chupa las tiernas hojas y duerme en el suelo. No le haría daño ver a Jesús y al Bautista... y a los santos inocentes asesinados, para que entrara en él el miedo a las armas y a los hombres armados. Y del mismo modo han de crecer las niñas viendo las once mil vírgenes, discutiendo, peleando y orando. Me gustaría que viesen a Inés con el cordero, a Cecilia coronada de rosas; a Isabel con muchas rosas, a Catalina con la ruda, y a otras figuras que les inculcaran, con la leche de sus madres, el amor por la virginidad, el amor de Cristo, el odio a los pecados, el desprecio a la vanidad, el alejamientote las malas compañías, y así, respetando a los sanos comenzarían a contemplar el Santo supremo de todos los santos. (1860)

Lo bueno de estas palabras de Dominici es que nos ilustran, con toda la claridad que sería de desear, sobre al menos un buen número de las funciones atribuidas a las imágenes en aquel tiempo. Asimismo, nos recuerdan de manera vívida y directa la necesidad de prestar atención a todos los usos posibles de las imágenes y a todas las imágenes posibles, desde el uso elevado y el arte de las obras maestras, hasta el uso bajo y el arte bajo o popular. Su importancia reside en el hecho de aceptar como incuestionable el poder que ejercen las imágenes.
Está claro que para Dominici ese poder o eficacia de las imágenes se debe a una cierta identificación entre quienes las miran y lo que ellas representan. Además del problema de la identificación, dos cuestiones más han de señalarse en este punto: primera, la incontestable ecuación de pintura con escultura, y segunda, la evidente creencia en que la contemplación conduce primero a la imitación y luego a la elevación espiritual.
Desde la celda del condenado a todo lo largo de la ruta y hasta en la horca misma, se ofrecían a su vista imágenes diversas con la esperanza de que el afligido recibiese, como mínimo, lecciones, solaz y consuelo. Naturalmente, con el tiempo se hizo habitual la presencia de tales imágenes, pero no podemos contentarnos con dejar ahí el problema, como tampoco el de la presencia de cuadros en las alcobas.
Es evidente que las pinturas y las esculturas no hacen ni pueden hacer hoy nada comparable por nosotros. Son abundantes los testimonios históricos y etnográficos acerca del poder de las imágenes. Las pruebas de esa eficacia sólo pueden expresarse en términos de clichés y de convenciones y que cada vez desconocemos más esos clichés y esas convenciones. Aún conservamos algunos, como la creencia de que si un retrato es bueno, sus nos siguen por toda la habitación; en cambio hemos perdido otros, como la creencia de que la imagen pintada de una persona bella y desnuda en el dormitorio mejorará de alguna manera el hijo que concibamos.
Desde los tiempos del Antiguo Testamento, gobernantes y pueblos gobernados en general han intentado desterrar las imágenes y atacado determinados cuadros y esculturas. La gente ha hecho añicos imágenes por razones políticas y por razones teológicas; ha destrozado obras que les provocaban ira o vergüenza; y lo han hecho espontáneamente o porque se les ha incitado a ello. Como es natural, los motivos de tales actos se han estudiado y continúan discutiéndose interminablemente; pero en todos los casos hemos de aceptar que es la imagen, en mayor o menor grado, la que leva al iconoclasta a tales niveles de ira.
Es sorprendente lo aprensivos y timoratos que han demostrado ser los historiadores del arte y de las imágenes a la hora de evaluar las implicaciones que los grandes movimientos iconoclastas podían tener en sus estudios; y aún mas renuentes se han mostrado a aceptar la corriente de antagonismo que se manifiesta en niveles claramente neuróticos, como en los ataques cada vez más numerosos contra cuadros y esculturas en el interior de los museos y en las plazas públicas.
Las imágenes, o lo que representan, pueden provocarnos vergüenza, hostilidad o rabia; pero en modo alguno nos llevarían a actuar con violencia contra ellas; y desde luego no las romperíamos. Todos nos damos cuenta de lo tenue que es la separación entre la conducta del iconoclasta y la conducta “normal”, más controlada.
Entramos en una galería de pintura y, debido a los criterios estéticos que se nos han enseñado para criticar las obras de arte, suprimimos el reconocimiento de los elementos básicos de la cognición y del apetito o el deseo, o sólo los admitimos con dificultad. En ocasiones, es cierto, nos conmovemos hasta las lágrimas, pero el resto de las veces, cuando vemos un cuadro hablamos de él en términos del color, la composición, la expresión y el tratamiento del espacio y del movimiento. Es el hombre culto o el intelectual quien con mayor facilidad responde de esta manera, aun cuando ocasionalmente siente en secreto que su respuesta tiene raíces psicológicas más profundas que preferimos mantener enterradas o que simplemente no podemos desenterrar.
Podemos argüir que la obviedad misma de la cuestión proporciona una evidencia suficiente: es un cuadro de una mujer desnuda y, por tanto, salta a un primer plano la respuesta sexual masculina; es un hermoso cuadro de una mujer desnuda y, por tanto, dado el condicionamiento masculino, la respuesta sexual masculina es primaria.
Hay una multiplicidad de modelos y controles que inevitablemente se presentan a quien trata de analizar la historia y la teoría de la respuesta. Algunas de las preguntas sólo pueden responderse tras una mayor investigación histórica; otras, con la aplicación de de técnicas fenomenológica y psicológicas más elaboradas. Pero todas ellas se basan en el examen de una gama de imágenes lo más amplia posible que incluya tanto las elevadas como las bajas, las que se ajustan a los cánones artísticos y las de todos los días. Sin la imaginería popular, poco puede decirse sobre los efectos probables de la posible respuesta a otras formas de imágenes. Aquí, cuando menos, actuando como historiadores de las imágenes, pueden los historiadores del arte hacer valer sus derechos, ya que utilizan sus viejos conocimientos para evaluar, comparándolos, los estilos de diferentes formas de arte y de imágenes. Ven diferencias y establecen distinciones donde otros no pueden, y luego proceden a juzgar el papel que desempeña el estilo a la hora de provocar determinadas respuestas y conductas.
La historia del arte queda, así, incluida en la historia de las imágenes. La historia de las imágenes ocupa un lugar propio como disciplina central en el estudio de los hombres y las mujeres; la historia del arte persiste, ahora un poco descuidadamente, como una subdivisión de la historia de las culturas.

David Freedberg

El poder de las imágnes (fragmentos)
Estudios sobre la historia y la teoría de la respuesta
Cátedra.

sábado, 13 de agosto de 2011

Sobre la historia social del arte


Durante un tiempo, a mediados del siglo XIX, el Estado, el público y los críticos creyeron que el arte tenía un sentido y una intención políticos. De ahí que, según este principio, se alentara, reprimiera, odiara y temiera la pintura.
Los artistas fueron muy conscientes de ello. Algunos como Courbet y Daumier, supieron aprovecharse incluso gozar de tal estado de cosas; otros, a remolque de Théophile Gautier, se ampararon tras la noción de el Arte por el Arte, mito creado para contrarrestar la intensa politización del arte. Hubo otros que, como Millet, aceptaron la situación con una sonrisa sardónica; éste, en una carta de 1853, se pregunta si los calcetines que remendaba una de sus jóvenes campesinas no serían condenados por el Gobierno, por juzgar excesiva su “fragancia popular”.
El arte, con relación a los otros sucesos históricos, es autónomo, pero las razones de su autonomía varían. Es cierto que todo tipo de experiencias encuentra una forma y adquiere un sentido, un pensamiento, lenguaje, línea, color, mediante estructuras que nosotros no escogemos libremente porque en cierta medida nos han sido impuestas. Nos guste o no, estas estructuras son para el artista específicamente estéticas; tal como Courbet lo expresó en su Manifiesto de 1855, la tradición artística es el material mismo de la expresión de los individuos. No obstante, existe una diferencia entre el contacto que el artista tiene con la tradición estética y el que establece con el mundo artístico y sus ideologías estéticas. Sin el primer contacto, el arte no existe; en cambio, cuando se debilita el segundo, o se elude totalmente, el arte resultante es a menudo el más grande de todos.
Lo importante es reconocer que el elemento con la historia y sus condicionamientos específicos lo hace el propio artista. La historia social del arte se dispone a descubrir el carácter general de las estructuras que el artista encuentra forzosamente; pero también le interesa localizar las condiciones específicas en que se realiza el encuentro. De qué manera, en cada caso particular, un contenido de la experiencia se vierte en forma, un acontecimiento se traduce en imagen, el tedio se convierte en su representación, la desesperación en spleen (rencor, tristeza, melancolía, animadversión). Estos son los problemas. Problemas que nos fuerzan a regresar a la idea de que el arte es a veces eficaz históricamente.    
La realización de una obra de arte es un proceso histórico más entre otros actos, acontecimientos y estructuras; es una serie de acciones en y sobre la historia. Es posible que sólo sea inteligible dentro del contexto de unas estructuras. El material de una obra de arte puede ser ideología, pero el arte trabaja el material; le da una forma nueva, y en determinados momentos esta nueva forma es en sí misma subversiva de la ideóloga.
Si escribiéramos la historia de la vanguardia simplemente en términos de personalidades, reclutamiento, boga, no llegaríamos a ninguna parte. Pasaríamos por alto lo esencial, que el concepto de vanguardia es en sí profundamente ideológico; que el propósito de la vanguardia fue quebrar el unitario conjunto del mundo artístico de París para arrebatarse una identidad transitoria y esencialmente falsa. Porque lo fundamental es la unidad, no las disensiones.
En un mundo como éste, pertenecer a l’avant – garde era simplemente una forma institucionalizada más de seguir el juego. Era una especie de rito de iniciación, con desbrozo de la maleza para introducirse en la selva durante un tiempo y regresar luego al status privilegiado del mundo que habían abandonado.
Dada la situación, la historia verdadera de l’avant - garde es la historia de los que la eludieron, la ignoraron y la rechazaron; es una historia de vidas privadas que se aislaron; las historia de los que escaparon del movimiento vanguardista y del propio París. Esta historia tiene su héroe, Rimbaud, pero también es la base para comprender a muchos otros personajes del siglo, como Stendhal, Géricault, Lautréamont, Van Gogh, Cézanne. Se aplica precisamente a los cuatro artistas más grandes de la mitad del siglo XIX: Millet, Daumier, Courbet y Baudelaire. Todos ellos habían seguido  l’avant – garde y sus ideas; todos habían formado parte de ella en determinados momentos o según determinados de ánimo; pero en todos la relación fue variable y ambigua, conflictiva y nunca como algo que se “da por sentado”. El problema no lo resolveremos contando cabezas conocidas, ni ideas compartidas, ni salones visitados. Se han de contar, por supuesto, pero también se ha de medir la distancia a que estos hombres se situaron de París y de sus camarillas. Debemos, además, investigar las condiciones de su distanciamiento, los motivos de su rechazo y fuga, y también de qué manera continuaron dependiendo del mundo del arte y de sus valores. Es necesario distinguir la vanguardia de la bohemia, porque, para empezar, lucharon en bandos diferentes, los bohemios junto a los rebeldes, y l’avant – garde,  claro está, en las filas del orden.
Todo lo dicho nos obliga a retroceder al problema del artista y el público. Mi propósito es dar ambigüedad a la relación, dejar de pensar en términos de público como objeto reconocible, con una necesidades que el artista observa y luego rechaza o satisface. Dentro de la obra y durante el proceso de su producción, el público es previsto e imaginado. Es algo inventado por el propio artista en su soledad, aunque con frecuencia contra su voluntad, y nunca exactamente como a él le gustaría. En los mejores retratos es perceptible la tensión entre el modelo como tema y el modelo como público; por ejemplo, en el Retrato de León X, de Rafael, vemos, por un lado, la visión simple y brutal que el pintor tiene del Papa y por otro, la escrupulosidad con que el pintor representa la voluntad del modelo de imponer una imagen determinada de sí mismo.
Para el artista, inventar, confrontar, satisfacer, y desafiar al público forma parte integrante de su acto creativo. Cuando la actitud del artista hacia su público se convierte en una preocupación independiente o de suma importancia, o cuando se convierte en una presencia demasiado fija y concreta, o en un concepto demasiado abstracto e irreal, el arte enferma radicalmente.
Finalmente queda la vieja y conocida cuestión de la historia del arte. La historia del arte es necesaria verla bajo otro aspecto; porque entonces lo que a uno le interesa es tanto las barreras que se interpusieron entre el pintor y su representación, como los elementos favorables a ésta; se estudia la ceguera y la visión.
A veces es difícil alcanzar el equilibrio justo, sobre todo en la historia social del arte. Precisamente porque nos invita a explorar un número de contexto mayor que el habitual, un material más denso que el de la gran tradición, es posible que nos aleje de la “obra en sí”. Sin embargo, la obra en sí puede aparecer en los sitios inesperados y raros; y, una vez descubierta en un lugar nuevo, es muy probable que no vuelva nunca a recobrar su antiguo aspecto.
Hasta el presente, el estudio de la historia del arte del siglo XIX se ha centrado habitualmente en dos temas: el de l’avant – garde, y el del movimiento que se alejó de los asuntos literarios e históricos para realizar un arte de sensaciones puras.
Lo que se requiere, y lo que todo estudio detallado de cualquier época o problema nos señala, es una serie variada y múltiple de puntos de vista:
Primero: el papel dominante del clasicismo en el arte del siglo XIX, no meramente el hecho de que el clasicismo académico continuara dominando en el Salón, sino la tendencia del arte francés hacia una pintura y una escultura profundamente literarias, introspectivas y fantásticas, que se inspiraban en formas y temas antiguos. El realismo se entiende como una reacción contra el temperamento natural del arte francés; y de ahí que sus formas tengan que ser tan extremas, explosivas. De ahí el realismo de Courbet, de ahí el realismo cubista que tuvo que volver a llamar la atención sobre Courbet y considerarlo como su extremista padre fundador, de ahí finalmente, el Dadá. Y de ahí también la reacción, en contra de las tres corrientes, del neoclasicismo.
Segundo: el asentamiento progresivo del individualismo en el arte francés, distinto de la tendencia hacia el arte de las sensaciones absolutas. Courbet creyó que significaba sumergirse en el mundo físico, redescubrir el yo como la otra cara de la materia. El individualismo fue el lugar común de la época, contradictorio, hinchado, a menudo absurdo; pero de una y otra manera la idea de que el arte no era más que la expresión de una individualidad, y que su práctica era el medio de llegar a tan ambiguo objetivo, logró sobrevivir y perdurar.
Tercero: el dilema de ensalzar las nuevas clases dominantes, o de buscar un modo de socavar su poder. Para los artistas el dilema siguió siendo importante; continuaron preguntándose si la vida burguesa era heroica, degradada, o algo intermedio. Su preocupación respondía a una duda que afectaba su sentido de identidad. ¿Tenía uno que ser un artista burgués o tenía uno que imaginarse para ser artista? O quizá convertirse en el artista contestatario, como intentó Courbet.
Cuarto: el problema del arte popular, parte de la crisis general y de la inseguridad de las épocas. En su forma más aguda, en Courbet, en Manet, en Seurat, el problema residía bien en explotar las formas e iconografía populares para revitalizar la cultura de las clases dominantes, bien en intentar una provocativa fusión de las dos, para así destruir el dominio de la segunda.
Quinto: la paulatina desaparición del arte. En un siglo que “liberó las formas creativas del dominio del are”, en el siglo de la fotografía, de la Torre Eiffel, de la Comuna, el fenómeno iconoclasta es totalmente natural. Es un elemento integrante del siglo del realismo.  


T.J.Clark

Fragmentos de “Sobre la historia social del arte” en Imagen del pueblo. Gustave Courbet y la Revolución de 1848, Editorial Gustavo Gili 

Pompeyo Audivert, Biografía


 
Nace en Estartit, un pueblo de pescadores de Cataluña, España, el 17 de octubre de 1900. En 1911 llega a Buenos Aires. Premonitoriamente su compañero de viaje fue José Planas Casas, natural de la misma región de España.
Se especializa en la técnica del grabado, que consiste en transferir una imagen dibujada (con instrumentos punzantes, cortantes, químicos o lápiz litográfico) sobre una superficie rígida (metal, madera, piedra, etc.) a un soporte (papel), entintando la plancha y ejerciendo presión, generalmente con una prensa.
Sus primeros trabajos incluyen las ilustraciones del libro de poesías Molino Rojo (1926) del poeta Jacobo Fijman. Se vincula artística y afectivamente con el gallego Manuel Colmeiro y con Demetrio Urruchúa y, especialmente, con José Planas Casas, a quien califica de "amigo y hermano".
El año 1929 fue muy importante para su carrera, debido a que, llevado por el descubridor de talentos que fue Alfredo Guttero, realiza su primera exposición individual nada menos que en la prestigiosa institución Amigos del Arte. El mismo año obtiene el Premio Estímulo en el Salón Nacional de Artes Plásticas.
En la siguiente década, sigue desarrollando su fecunda labor y participa en exposiciones colectivas que se desarrollan en Nueva York, Washington y Río de Janeiro. En 1934 obtiene el Premio al Mejor Grabado en el Salón Nacional y el Primer Premio al Grabado en el Salón Provincial de Santa Fe.
Entre 1942 y 1951 recorrió Chile, Perú, Colombia, Nicaragua, México, España, Bélgica y Francia. En todos estos lugares realiza exposiciones individuales. De su recorrido por  nuestro continente  obtiene como saldo una concepción americanista de su obra en ese período. En México publica Diez Grabados, Técnica del Grabado al Buril y Gravá Catalá al Boix.
En su prolongada estadía en Paris (1944-1950) es fuertemente influido por el surrealismo, que se encuentra presente en su obra a partir de ese momento. Es Invitado de Honor en la exposición de la  Sociedad de Grabadores Franceses "Le Trait" de París. La importante institución Seminaire des Arts, de Bruselas, Bélgica, adquiere la serie Via Crucis para su colección.
En 1951, regresa a Argentina y por invitación de Lino Enea Spilimbergo integra el cuerpo docente del Instituto Superior de Arte de la Universidad de Tucumán. Este proyecto cultural, que se desarrolló exitosamente en el interior de nuestro país, contaba entre su cuerpo docente con el escultor chileno Lorenzo Domínguez y el dibujante húngaro Lajos Szalay, a quien alguna vez Pablo Picasso consideró el mejor dibujante del mundo.
A su actividad docente le agrega una amplia producción y la realización de importantes muestras, fundamentalmente en el interior del país y algunas en el exterior. Publica las carpetas de grabados Los Reyes, Diez Grabados y Seis grabados sobre un mismo tema.
En 1962 realiza una muestra en la Galería  Perla Marino de Buenos Aires, que obtiene el premio a la mejor exposición del año otorgado por la Asociación Argentina de Críticos de Arte.  En 1967 obtiene el Gran Premio "Facio Hébecquer", otorgado por la Academia Nacional de Bellas Artes.
En su extensa y prolífica carrera como grabador, desarrolló todas las técnicas: xilografía, buril, talla dulce, estampa en colores, aguafuerte, mediatinta, monocopia  y utilizó los mas variados soportes: madera, cinc, cobre, gelatina, celuloide, plancha Mähesser, linoleum, antimonio.
Sus últimos años lo encuentran habitando una amplia casona que él mismo había construido en Ramos Mejía (Provincia de Buenos Aires). Fallece el 14 de enero de 1977.

Museodeldibujo.com

Tiziano Aspetti, Neptuno con Tridente





Tiziano Aspetti, italiano, 1565-1607, Neptuno con Tridente, siglo XVI,  bronce con pátina negra,  76 x 22,5 x  37 cm, Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires. 

imagen bajada de pensamentodaartereflexiva.blogspot.com