sábado, 1 de octubre de 2011

Lo artístico


Los bajos fondos del arte

La cultura occidental entiende por arte toda práctica que, a través del juego de sus formas, pero más allá de él, quiere enfrentar lo real. Sin embargo, en los hechos, el término arte se reserva a las actividades en las que ese juego tiene el predominio absoluto; sólo a través de la hegemonía de la forma se desencadena la genuina experiencia artística. En el arte popular, la forma estética –aun reconocible- no es autónoma ni se impone sobre las otras configuraciones culturales (con las que se entremezclan y se confunde). A partir de este hecho, se considera que el vocablo arte afecta ciertos fenómenos culturales en los que la forma eclipsa la función y funda un dominio aparte, por oposición al terreno de las artesanías o artes menores, donde la utilidad convive con la belleza y algunas veces le hace sombra.
A mediados del siglo XVIII, la Estética se consolida en el curso de un afán emancipador de la forma, expresivo de la concepción autosuficiente del nuevo sujeto burgués como actor histórico privilegiado. La representación artística se desentiende de sus fines tradicionales (usos y funciones utilitarias, rituales, etc.) para centrarse fundamentalmente en la forma estética. El privilegio de la estructura formal del objeto es la base del “gusto estético” entendido como posibilidad de apreciar sensiblemente dicho objeto sin interés alguno, a partir del juego libre de las facultades y la mera contemplación pura y libre; es decir, sin tener en cuenta posibles finalidades prácticas del mismo.
Las artes “mayores” poseen una belleza pura, autónoma y autosuficiente, mientras que las “aplicadas” o “menores” dependen de otros valores y condiciones y carecen de formas que puedan ser valoradas aisladamente.
La cisura corre a lo largo del pensamiento estético moderno. Ella marca los lindes, infranqueables, entre el ámbito sacralizado del objeto artístico considerado como forma mítica y fetichista y las otras expresiones que no cumplen el indispensable requisito de inutilidad que caracteriza la gran obra de arte.  El resultado de tales límites es la marginación de estas expresiones que son relegadas a una zona residual y subalterna que conforma lo que Eduardo Galeano llama “los bajos fondos del arte”. Es que la oposición arte/artesanía no es ideológicamente neutra. En primer lugar encubre ciertas consecuencias derivadas de la mercantilización del objeto artístico. Éste se ha emancipado de su destino utilitario pero no de su función de mercancía, que lo sujeta a nuevas dependencias y funciones provenientes del predominio del valor de cambio sobre el valor de uso. En las sociedades llamadas “primitivas” las expresiones artísticas están al servicio del ritual y portan un valor de uso social. La sociedad contemporánea desritualiza el objeto, subrayando su valor exhibitivo (la mera contemplación artística), pero, paralelamente, sacrifica el valor de uso social y promueve la apropiación privada del objeto devenido en mercancía.
En el Paraguay, como en toda América Latina, la dominación colonial supuso la privación del estatuto de arte a las expresiones indígenas y mestizas. Por supuesto que ni a los primeros conquistadores ni a los misioneros se les pasó por la cabeza que las manifestaciones culturales de los indígenas que habitaban estas tierras pudieran tener valor estético alguno. Sólo vagamente y con un sentido manifiestamente peyorativo se refirieron a prácticas consideradas siempre salvajes y desprovistas de todo valor. Recién desde comienzos del siglo XX la obra de los indígenas comenzó a despertar el interés de los misioneros, etnógrafos, antropólogos y arqueólogos, pero siempre como objeto de cultura material y no como soporte de valores artísticos.
Las misiones jesuíticas desarrollaron en el Paraguay un intenso trabajo de talleres artesanales, pero la idea de considerar artísticas las producciones de los mismos se encontraba al margen de las intenciones de los misioneros. El sistema de trabajo de los talleres de escultura, pintura, retablo o grabado se basaba en la copia de modelos celosamente controlada y, en lo posible, sin margen alguno para la creatividad del indio. En el mejor de los casos, el indio era considerado un buen copista del arte de Europa y su obra tenida por un trasunto imperfecto y degradado de las verdaderas creaciones, cuya aura reflejaba pasivamente desde lejos. 
Es cierto que hoy se tiende a borrar los límites entre el arte y la artesanía, pero promovida desde el centro, esta tendencia no cautela la diferencia de lo popular, la brecha aparece intacta; y si se decide saltarla sin más, el gran arte, aristocrático y exclusivo, se resiste a aceptar en su terreno manifestaciones consideradas de menor categoría y crea dificultades y complicaciones.



Ticio Escobar

Fragmento de El mito del arte y el mito del pueblo. Cuestiones sobre el arte popular. Ediciones Metales Pesados, 2008

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