sábado, 2 de julio de 2011

Vanguardias en la pintura mundial

Vanguardias en la pintura mundial


En el siglo XX, el arte sufrió un cambio radical: las novedosas tendencias estéticas rompieron con lo tradicional y, en un largo camino de experimentación, reflejaron al hombre del nuevo siglo

Desde la antigüedad clásica hasta el siglo XX, la historia del arte era testimonio fiel del mundo circundante. A partir de esta centuria, el arte se convirtió en una manifestación sensible de la subjetividad, de lo que el artista siente íntimamente ante su entorno. Así hemos presenciado una revolución copernicana, pero al revés: el mundo exterior deja de ser el centro de la creación; lo que el espectador puede ahora contemplar en un lienzo es toda la riqueza interior del artista.

Tommaso Marinetti, poeta italiano, proclama en 1909 la muerte del arte del pasado. Ahora el objeto del arte ha de ser todo lo nuevo, ya no el convencionalismo, formal tradicional. El artista debe reflejar en sus obras la velocidad y la técnica característica del presente. La nueva estética hace declarar a los futuristas: “Un automóvil de carreras es más bello que la Victoria de Samotracia

Tan inusitado ruptura con los cánones abre la puerta a varias tendencias artísticas que elaboran diferentes propuestas estéticas. El fauvismo pone todo su énfasis en los planos bidimensionales y en el color intenso; el cubismo crea un mundo donde la forma sigue un rígido esquema geométrico; el orfismo utiliza manchas de color para reproducir los tonos del espectro solar; el expresionismo pretende un movimiento desde el sujeto hacia el mundo exterior: el artista se proyecta imprimiendo su huella en el objeto. Estos movimientos de vanguardia llegan al extremo del dadaísmo que, en su afán de oponerse a los sistemas establecidos, pone en duda el lenguaje, la coherencia y los vehículos de la expresión artística.

En este vorágine de ismos surge el surrealismo que, frente al impulso destructivo de los dadaístas, ofrece una práctica artística creativa: pretende encontrar a n hombre nuevo acorde con la nueva sociedad. Los surrealistas creen lograr esta utopía ―común a todas las vanguardias― liberando el mundo de lo inconsciente, que había sido revelado por el psicoanálisis de Sigmund Freud. Los sueños, los deseos, se convierten en su material favorito. En 1924, André Breton, poeta francés, publica el primer manifiesto surrealista, y con él se constituye el grupo de creadores surrealistas.

Salvador Dalí, pintor catalán, se une a ellos en 1929. Muy pronto los impresiona, da respuestas insólitas a la búsqueda y plantea para el arte un método paranoico-crítico, definido como “un medio espontáneo de conocimiento irracional basado en la asociación crítico-interpretativa de fenómenos delirantes”. En medio de una vida de fotografías y entrevistas, Dalí se define como “un queso gruyer” y se retrata obsesivamente; sus bigotes se vuelven el símbolo de la época. Gala, su compañera de toda la vida, es su musa, su inspiración; el gran pintor declara: “Dalí ama a Gala más que a su madre, más que a su padre, más que a Picasso e incluso más que al dinero.”

Detrás de toda esa excentricidad está el Dalí de vasta cultura, que ha leído textos medievales y tiene un sólido conocimiento de los grandes maestros de la pintura. Sus inquietudes sobre la relatividad de la interacción espacio-tiempo lo llevan a representar objetos blandos o derretidos. La obra más famosa de esta serie es Persistencia de la memoria (1931) donde aparecen sus célebres relojes.   


Escenas inolvidables del Siglo XX, Reader`s Digest

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